La inteligencia artificial amenaza con dejarnos sin trabajo ¿Miedo? Al contrario, son magníficas noticias y la explicación tiene poco que ver con la tecnología. Gracias a la IA, estamos en la era de la inteligencia entendida como capacidad de aprender y producir conocimiento. La IA además nos ayuda a ser más inteligentes porque nos exige preguntarnos qué es la inteligencia y cómo funciona el cerebro. Dado que la inteligencia es todavía un atributo humano, la IA revaloriza la inteligencia y permite diseñar un futuro de colaboración entre personas y tecnología del que saldremos favorecidos: Los algoritmos procesarán los datos y nosotros tomaremos las decisiones. Pero en el fondo, la IA invita a revisar el modelo de vida (desde el aspecto laboral hasta el sistema educativo) y, sobre todo, reflexionar sobre quiénes somos y como queremos vivir.

La inteligencia se define como la capacidad de tomar buenas decisiones y para ello se requieren 2 elementos: contar con el conocimiento necesario y haberlo aprendido. Las personas tenemos un órgano (aunque es obvio mencionarlo) especialmente diseñado para aprender de nuestra experiencia y gestionar dicho conocimiento cuando lo requerimos. Sin embargo, las organizaciones carecen de dicho órgano. Por esa razón, es habitual escuchar frases como “nuestra organización no tiene memoria” o “el todo es menos que la suma de las partes”

Ante la pregunta acerca de cuál es la cualidad que más valoras de las personas que trabajan contigo, la inmensa mayoría de los directivos responde sin dudarlo: la actitud. Tradicionalmente se considera la actitud como un talento o una capacidad heredada y por tanto, un elemento inmodificable: se tiene o no se tiene. Sin embargo, la actitud se puede desarrollar, es posible aprender a tener actitud, pero se trata de un esfuerzo conjunto de los individuos y de la organización

El principal valor de una organización ya no reside en sus activos físicos sino en su intangibles. Los países más desarrollados del mundo son intensivos en conocimiento y no en materias primas. Las empresas que lideran los rankings del Fortune 500 basan sus modelos de negocios en algoritmos y conocimiento sofisticado. El mundo hacia el que transitamos basará su sostenibilidad en la abundancia (uso intensivo de las neuronas) a partir de desarrollar la inteligencia mucho más que en continuar explotando los átomos como recurso escaso. ¿Cómo se gestionan los intangibles? ¿qué tipo de liderazgos se requieren para gestionar organizaciones que entregan experiencias?

Una empresa, al igual que una persona, es inteligente cuando es capaz de realizar simultáneamente 2 tareas: Por un lado, sabe lo que sabe (es consciente del conocimiento que tiene) y lo utiliza para alcanzar sus resultados. Al mismo tiempo, sabe lo que necesitará saber para cumplir con sus objetivos estratégicos y lo aprende de manera que está continuamente adaptándose y cambiando. Esa capacidad de predecir el futuro y actuar a partir del conocimiento del que se dispone y al mismo tiempo capturar los aprendizajes que ocurren diariamente es lo que separa a las organizaciones inteligentes y flexibles al cambio de aquellas rígidas e incapaces de transformarse

Vivimos en un entorno de cambio permanente, acelerado e impredecible, en muchos casos a causa de la tecnología. El principal impacto del cambio es que hace que el conocimiento caduque cada vez más rápido: lo que sabe la empresa, sostiene su ventaja competitiva y le permite atender exitosamente a tus clientes, corre el riesgo de prescribir en cualquier momento. La habilidad más importante para sobrevivir en un contexto de transformación tan vertiginosa es precisamente aprender de forma permanente, no solo a nivel individual sino sobre todo a nivel de equipo y de toda la organización. Desgraciadamente, nadie diseñó las organizaciones para que aprender formase parte de los procesos sino con foco en la eficiencia, rentabilidad y resultados de corto plazo

El ser humano ha progresado gracias a su capacidad de colaborar y compartir conocimiento a lo largo de la historia. Hoy en día, cuando crece la complejidad de los innumerables desafíos, se aceleran los cambios y el conocimiento caduca con rapidez, nadie cuenta con todo el conocimiento para enfrentar el mundo y resolver tantas incógnitas. El conocimiento no solo está en la empresa, está distribuido por todo el mundo. La manera más inteligente de abordar un futuro sostenible y humano consiste en colaborar y poner nuestros conocimientos a disposición. Claro que, para ello, necesitamos asumir en primer lugar una dura realidad: el mundo que vivimos está construido sobre la competencia y los comportamientos egoístas, las empresas premian los resultados inmediatos y han menospreciado la colaboración y nuestro sistema educativo fomenta el individualismo y el interés propio

Nuestra historia es un largo proceso de aprendizaje, muy poco del cual transcurre en las aulas del colegio o la universidad. Todos los directivos coinciden en que es absolutamente esencial que los individuos aprendan y también, que sus organizaciones aprendan como requisito para sobrevivir y evolucionar. Sin embargo, ante la pregunta ¿cómo aprende tu organización? quedan perplejos sin saber qué responder. En entornos de cambio acelerado, la única alternativa que nos queda es aprender a un ritmo mayor que el de nuestro entorno. Dado que las empresas carecen del órgano que utilizamos los seres humanos para aprender (cerebro), se requiere desarrollar un músculo, una red de relaciones de colaboración entre los integrantes que asegure que la organización acumula experiencia y aprende

los seres humanos nos hemos diferenciado del resto de seres vivos por nuestra capacidad para desarrollar el músculo más importante del cuerpo: el cerebro. No somos ni los más fuertes ni los más rápidos, no podemos volar ni bucear bajo el agua por largo tiempo, pero gozamos de un nivel de inteligencia sin parangón. El uso que hemos hecho del cerebro a lo largo de la historia nos ha permitido aprender y generar conocimiento en todos los ámbitos del actuar humano. Sin embargo, las empresas todavía no han sido capaces de replicar esa misma capacidad para aprender y el principal desafío que enfrentan para lidiar con la automatización, inteligencia artificial y digitalización es precisamente desarrollar el músculo del aprendizaje que las permita transformarse permanentemente

Innovar es un proceso que convive permanentemente con el error, de hecho, la vida es un camino plagado de errores. Uno de los dos elementos más importantes del proceso de aprendizaje es el error. Cuando una persona se equivoca (no se cumplen las expectativas que tenía), automáticamente se pregunta ¿qué ha pasado? para tratar de explicarse donde cometió el fallo y cómo corregirlo para la próxima vez. Aprender es un proceso eminentemente experiencial, requiere practicar, equivocarse y reflexionar. Desafortunadamente, el error todavía sigue considerándose un tabú en nuestras organizaciones y sistema educativo. Tenemos miedo al error. Sin embargo, la única decisión inteligente después de cometer un error es justamente aprender de él para que no vuelva a suceder

El principal enemigo del aprendizaje es creer que no se necesita aprender nada. La inercia es una fuerza extremadamente poderosa que nos lleva a continuar haciendo lo mismo que siempre nos ha funcionado, nos ha dado éxito y explica quiénes somos. Pero aprender cosas nuevas generalmente implica abandonar hábitos y prácticas conocidas. Desaprender no exige olvidar lo que sabemos, pero si requiere un importante nivel de desapego: “abrazar nuevas formas de mirar y actuar”. Aprender exige hacer un esfuerzo y el cerebro se ve obligado a consumir energía. Cada vez que aprendes, generas nuevas conexiones neuronales y el primer impulso de tu cerebro siempre será resistirse y tratar de reutilizar lo que ya sabe. Desaprender es justamente dejar ir lo que nos ha traído hasta aquí y arriesgarse a explorar lo desconocido, ser capaz de navegar en esa incertidumbre

Hace una década, casi nadie hablaba de innovación, hoy, todas las empresas asumen que su supervivencia depende de su capacidad para innovar. Resulta difícil encontrar algún directivo que se atreva a hablar contra la innovación. Aunque la mayoría de personas quieren mejorar en su trabajo y, en caso de contar con el apoyo de su organización, están dispuestas a innovar ¿cómo se innova? ¿Cuáles son los elementos que tienen que conjugarse para que ocurra la innovación? ¿basta con querer innovar o con contar con los medios? ¿es un tema de tecnología? ¿de liderazgo? ¿cómo se le enciende la chispa a una persona o a un equipo para poner en marcha el proceso creativo que conduce a innovar?

¿Qué es educar? Preparar a los jóvenes para afrontar la incertidumbre del futuro en forma autónoma. Si la educación actual lleva décadas en crisis porque no ha cumplido con esa promesa, menos aún será capaz de hacerlo para un mundo que será radicalmente distinto al que hemos conocido. Necesitamos reformular el papel que le debemos encomendar a la educación a partir, en primer lugar, del diseñar y consensuar el modelo de sociedad y los valores que consideremos como el eje vertebral. Eso significará revisar no solo Qué enseñamos y Cómo enseñamos sino cuál es el papel de las instituciones educativas, del resto de la sociedad y muy especialmente de las personas a cargo de guiar el proceso de aprendizaje: los educadores

La tecnología lleva tiempo modificando nuestros patrones de comportamiento a todos los niveles. El futuro del trabajo se está viendo drásticamente afectado por tendencias como automatización, inteligencia artificial, big data, etc. Las personas van a competir por trabajos con robots. En este mundo tecnologizado, las competencias que vamos a requerir serán distintas de las que el sistema educativo ha venido tratando de enseñar. Este simple hecho nos obligar a rediseñar el modelo educativo haciendo especial hincapié en que las personas aprendan las competencias humanas que queremos mantener mientras dejamos que las máquinas hagan aquello en que su desempeño es incomparablemente mejor que el nuestro