No sé si hoy vivimos o no una nueva revolución sexual, pero sí tengo claro que muchos gritan su derecho a libertad sexual, a la libre disposición del propio cuerpo, la intimidad y el derecho inalienable a la intimidad y libertad de las personas. Y esta libertad no sólo se manifiesta en el feminismo o la lucha por el respeto de la diversidad sexual, sino que también se ha instalado en las camas de todos.
Y es que en algún punto empezamos a matar todo aquello que nos hacía sentir vivos. Buscamos vivir en ciudades que nos ofrecen todo, y tener empleos que permitan costear la vida y algunos de sus lujos. Y en ese afán, nos perdimos en un correr y correr tras algo que muchas veces no tenemos claro, con largos tiempos de desplazamientos y, al mismo tiempo, nos sumergimos en ese planeta paralelo que queda al interior de la pantalla de dispositivos móviles, como si de verdad todo lo importante de la vida residiera tras el cristal. Y nos olvidamos del sabor de un buen café o de una cena deliciosamente preparada con el tiempo suficiente para que sus ingredientes nos regalen sus sabores. Y aunque la tengamos en frente, muchas veces olvidamos saborearla y la tragamos sin sentir… para volver rápido a ese correr y correr, o al universo tras la pantalla, a vivir el día a día de manera consciente.
Pero hay algo en nuestro interior que en algún punto se rebela y busca recuperar la sensación de vivir. ¿Y qué otra forma mejor que hacerlo a través de las sensaciones más primarias que un ser humano puede tener? ¿Aquellas que estuvieron presentes en el origen mismo de nuestras vidas? ¿Esas que mueven al mundo, que desatan pasiones, que han hecho caer imperios desde que la especie humana habita este planeta?
Afortunadamente, nos hemos dado cuenta de que el sexo es nuestra conexión más sólida con el sentirnos vivos y la estamos reivindicando para que, libres de tapujos, prejuicios, cuestionamientos, estigmas religiosos, vuelva a ocupar el hermoso lugar que debe tener en nuestras vidas: El de un apetito maravilloso y primordial que nos conecta con nuestras parejas, pero, más fundamentalmente, con nosotros mismos.
En esa apertura de mentes y de sábanas, ha aumentado entonces la curiosidad por sentir y vivir nuevas experiencias que antes estaban catalogadas como pecado y perversión. Unos antes, otros después; buscan sentir placer de diversas maneras, algunos con sólo el deseo de llenarse de adrenalina y, otros, con el fin de eliminar la monotonía de sus vidas. Y creo que, lentamente, nos comenzamos a alejar de la búsqueda casi obsesiva del orgasmo, para comenzar a entender que lo increíble es experimentar el éxtasis. Y esta charla justamente pretende prender algunas de las luces que alumbren tu camino a él.